
Hace un par de semanas, en la escuela de mi hija Emilia, impartieron un programa para prevenir distintos tipos de abuso. Emilia, que ya tiene 6 años, llegó convencida que su propia voz es el poder más grande que tiene. Continuó modulando la voz, en distintos tonos repitiendo la palabra “NO” un sinfín de veces por varios días.
Al escucharla, me maravillé que desde pequeña tenga la oportunidad de internalizar el poder de su voz, a una edad mucho más temprana de la que yo, que mi mamá o que la mamá de mi mamá lo hicimos. Cruzo los dedos para que así continúe a lo largo de su vida. Que mantenga una voz fuerte para plantarse en cualquier escenario.
Mi caso, como el de muchas mujeres de nuestra generación, ha sido distinto al de mi hija. Durante la primera mitad de mi vida, abundaron los consejos y mensajes que presentaban como una virtud el uso “medido” o “complaciente” de mi voz. Me enseñaron a compartir con mi voz solamente “lo bonito”, a dejar pasar “lo incómodo”, a esforzarse y luchar “silenciosamente”. Hoy me doy cuenta que esta creencia, francamente representaba una carga bastante pesada, solitaria y agotadora.
Durante mucho tiempo, también miraba las circunstancias, con unos lentes que distorsionaba la realidad para verla como quería que fuera, no como era. Todo esto, se agravaba por mi tendencia a ser una optimista que buscar ver el aspecto más favorable de las cosas. Ha sido un proceso largo de internalizar y deconstruir.
Entonces, el primer paso que di fue dejar de normalizar los comentarios, actitudes o gestos, ya fueran por discriminación explícita o por los que erróneamente llamamos micro-agresiones. Después, valoré cómo un logro personal tener la capacidad de identificarlos y que no me afectaran. Fue así, como muchos años más tarde, logré reconocer la importancia de evidenciarlos y detenerlos. Me hubiera gustado aprender antes a poner límites de manera más asertiva. Más vale tarde, que nunca.
Cada avance en nuestro proceso personal de deconstrucción, significa que nuestra voz se vuelve más fuerte, más creativa y más sabia. Esa voz valida lo que vemos, disminuye su uso para pedir permiso o para ofrecer una explicación y establece expectativas menos rígidas, sobre el comportamiento humano.
Esa nueva voz que surge, también aprende y se perdona por haber adoptado mecanismos de autoprotección, como restar importancia o gravedad a un acontecimiento “inaceptable” o esperar que un trato “condescendiente” cambiara su desenlace. Aprende y deja de ignorar comportamientos arraigados como el gaslighting, manterrupting, mansplaining, manspreading o bropiating.
La evolución de mi voz ha sido un camino largo y progresivo (asumo también permanente). Agradezco profundamente la infinidad de pláticas de café, podcast, foros, mentorías, libros, artículos, donde a través de nuestras vivencias hemos compartido genuinamente experiencias, miedos y aprendizajes; generado verdaderos y profundos espacios de reflexión. Esto nos ha llevado a diseñar y reconstruir estrategias y herramientas, que aceleren la transformación de patrones sociales y culturales obsoletos.
Observo con alegría, como estos espacios que estaban originalmente reservados para mujeres, se abren también para incluir la voz de personas de distintos géneros, clases sociales o generaciones.
Lo que hoy les comparto es una pequeña foto de la punta del iceberg que logramos ver. Sin embargo, recordemos que la masa de hielo sumergida bajo el agua es por lo menos diez veces más grande de lo que salta a simple vista. Dejemos de romantizar los esfuerzos en materia de diversidad e inclusión. Las estadísticas siguen mostrando que aún vivimos en una cultura que favorece la discriminación e inequidad.
Recientemente fue muy reveladora la confesión de una colega, que confirmó que las políticas y estrategias de diversidad e inclusión son letra muerta en su centro de trabajo.
Hay que romper el silencio. No seamos cómplices. Atrevámonos a ser “incómodos”. Mantengámonos empáticos y creativos. Generemos espacios verdaderamente libres de violencia, en cualquiera de sus formas. Visibilicemos las “incongruencias”. Demos pie a que haya cada vez más conversaciones abiertas y francas. Pongamos límites asertivos y evitemos formar parte de la cultura del privilegio. Hoy más que nunca requerimos de personas que impulsen colectivamente la cultura del esfuerzo y la cooperación. Fortalezcamos la autonomía física, económica y emocional para la toma de decisiones.
Hay grandes capítulos aún por escribir. Cuestionemos las campañas de diversidad e inclusión, nada más dañino en este camino que las falsas estrategias de comunicación y marketing.
Este texto tiene un propósito y una finalidad: lograr que al final de su lectura, seamos cada vez más las mujeres que tengamos la convicción de esa niña de 6 años que tengo en casa. Defendamos la libertad de buscar nuestro propio camino y de reajustar la brújula, tantas veces como sea necesario. Hablemos claro en los espacios familiares, escolares, profesionales y demás. Tomemos aire. Respiremos. Actuemos. Levantemos nuestra voz alto y fuerte en este viaje que compartimos.

Sobre la autora:
Brenda ingresó a Ritch Mueller como socia en 2023. Cuenta con más de 20 años de experiencia en la práctica del derecho ambiental y regulatorio, ayudando a una amplia gama de industrias y compañías en el diagnóstico, comprensión y gestión de los riesgos que pueden presentarse en materia ambiental y regulatoria asociados con la iniciación, adquisición, operación, expansión o desincorporación de negocios.