
¿Cuántas veces hemos escuchado a una persona decir que si está en tal o cual circunstancia se debió a la suerte? Al menos yo, lo he escuchado en diversas ocasiones.
Después de una respuesta así, muchas veces pienso que se trata de una falsa modestia, pero ¿qué tal si no? ¿Qué tal si las personas realmente piensan que sus logros o puestos laborales se deben a la “suerte”?
Sin duda, el síndrome de la impostora no es un tema nuevo, sin embargo, considero que muchas veces se tiene tan internalizado que es algo de lo que no se habla. Pero, ¿qué es el síndrome de la impostora?
En 1978, las psicólogas estadounidenses Pauline Rose Clance y Suzanne Imes realizaron un estudio con 150 mujeres exitosas (mujeres con doctorados en distintas especialidades, que habían destacado en su ámbito profesional o que eran estudiantes reconocidas por su excelencia académica). Al analizar el comportamiento de estas mujeres mediante sesiones de psicoterapia individual y otras técnicas, notaron que, a pesar de sus reconocimientos académicos y profesionales, estas mujeres no experimentaban una sensación interna de éxito. Se consideraban “impostoras”. En su estudio señalan que las mujeres que experimentaban este fenómeno mantenían una creencia bastante fuerte de que no eran inteligentes y que habían engañado a las personas que las consideraban así. Pero, ¿a qué se debe está falsa perspectiva de una misma? ¿Por qué las mujeres son más “propensas” a experimentar este síndrome? Y ¿cómo les puede afectar en el ámbito profesional?
Sin duda, estas no son preguntas fáciles y no pienso contestar en este blog algo de lo que se lleva hablando más de 40 años, sin embargo, me gustaría invitar a la reflexión sobre algunos puntos.
Primero, considero que es importante entender que si las mujeres somos más “propensas” a tener este síndrome, se debe en gran parte al contexto histórico y social en el que nos ha tocado desenvolvernos. En su libro “El síndrome de la impostora” las autoras Élisabeth Cadoche y Anne de Montarlot, nos invitan a reflexionar en esto y nos muestran los motivos históricos, sociales y familiares que han originado que las mujeres no tengan confianza en sí mismas. Así señalan que “[l]a falta de confianza de las mujeres es consecuencia, en buena medida, de una herencia histórica[, es] el resultado de siglos, incluso de milenios, de supremacía masculina”. Pero, ¿a qué se refieren con esto? Bueno, pues que como señalan Michelle Perrot y Georges Duby en su libro “Historia de las Mujeres en Occidente”, “[a] diferencia de los hombres, que desde la Antigüedad escribensus hazañas con el fin de que el tiempo no borre sus huellas, las mujeres, ellas, no tienen
historia: madres silenciosas, amas de casa invisibles, se desvanecen en el gran teatro de la memoria. Ni siquiera tienen personalidad jurídica en las grandes civilizaciones de la Antigüedad griega y romana, al igual que los niños y delincuentes”. Y con esto no quiero decir que las mujeres no tengan historia, simplemente que es difícil hablar de la misma porque la mayoría de nosotras no la conocemos, salvo por algunas excepciones, la mayoría de los libros de historia que he leído no sólo se centran en la historia desde la perspectiva de los ganadores, sino desde la perspectiva y las hazañas de los hombres.
Sobre este punto invito a reflexionar en la pregunta que Élisabeth Cadoche y Anne de
Montarlot hacen en su libro “¿Cómo puede la mujer tener confianza en sí misma si no
tiene historia?” Y no sólo es la falta de historia, sino la manera en la que por años se han expresado de las mujeres, Platón, Aristóteles, Santo Tomás, Voltaire, Nietzche, Baudelaire, Julio Verne, Freud, Oscar Wilde, por nombrar algunos, han dejado en la historia frases que demuestran la imagen que se tenía de las mujeres en su época y el poco valor que se les daba, más allá de ser madres o ser “bellas”.
Por otra parte, en el contexto social se espera que las mujeres cumplamos con ciertos estándares de belleza a los que los hombres no son sometidos con la misma fuerza. Asimismo, se espera que cumplamos con cierta imagen de pareja y familia ideal, y se internalizan ideas como que si realmente quieres crecer en el ámbito laboral, lo mejor es que no tengas hijos hasta que te realices profesionalmente, o se espera que seas unasuperwoman que tenga todo bajo control y pueda equilibrar por sí sola todos los ámbitos de su vida. Incluso estamos acostumbradas a escuchar frases como que “me da gusto que trabajes, pero no descuides a tus hijos”, o “eres muy exitosa profesionalmente, pero no tienes una pareja y una familia”. Aunque cada vez, esto es menos fuerte y existen movimientos que ayudan a disminuir esta presión en las mujeres, como la promoción del“body positive”, o el hecho de que se está redefiniendo lo que significa ser una mujer exitosa y las distintas formas de serlo, o el rol más importante que está tomando el
hombre en el ámbito familiar, lo cierto es que aún hay mucho camino por andar.
Segundo, este contexto histórico y social es algo que nos afecta a todas las mujeres, en mayor o menor medida. Esto se ve reflejado en nuestra confianza para exigir mayor responsabilidad profesional, porque si creces escuchando que los hombres son quienes realizan las hazañas o que debes cumplir con ciertas expectativas de “belleza” y familiares y sociales, antes de siquiera buscar tu desarrollo profesional, empiezas con una carga mayor a la que tienen, por lo general, los hombres. Lo anterior, se puede notar en el hecho de que las mujeres tengan “miedo” de exponerse una vez más al rechazo y genera que mujeres igual o más capaces que varios hombres ni siquiera se animen a postularse a un trabajo. Como bien señalan Élisabeth Cadoche y Anne de Montarlot para que una mujer se postule a un puesto habrá de sentirse sumamente “preparada” para atreverse siquiera a solicitarlo. A diferencia de los hombres quienes tienden a sobrestimar sus capacidades y rendimiento y se posicionan como expertos, aunque no lo sean, confiando
en que lo serán después. Pero, siendo hombre, ¿cómo no hacerlo si has crecido con roles masculinos que te muestran que se pueden lograr grandes cosas y hacer posible lo que se creía imposible?, ¿cómo no hacerlo si tu contexto social y familiar, de hecho, te impulsa a buscar dichas oportunidades profesionales?
Con esto no pretendo explicar por qué existen más hombres en puestos de alto nivel que mujeres. Lo que busco es que hagamos reflexión sobre las razones que nos llevan a dudar de nosotras mismas y a no sentirnos “merecedoras” de un mejor puesto o siquiera de intentar acceder a puestos con mayor responsabilidad. También busco entender por qué este “síndrome” parece ser algo generalizado entre las mujeres y por qué es algo con lo que la mayoría nos hemos sentido identificadas en algún momento.
Bibliografía:
Cadoche, É. and Montarlot, A., 2021. El síndrome de la impostora. Barcelona: Península.
Clance, Pauline Rose, and Suzanne Ament Imes. 1978. “The Imposter Phenomenon In High Achieving Women: Dynamics And Therapeutic Intervention.”. Psychotherapy:Theory, Research &Amp; Practice 15 (3): 241-247. doi:10.1037/h0086006.

Sobre la autora:
Irene Mariana Cuéllar Araiza es asociada en Curtis, Mallet-Prevost, Colt & Mosle, S.C. Licenciada en Derecho por el Centro de Investigación y Docencia Económicas