
La búsqueda de justicia ha acompañado al ser humano desde las civilizaciones más antiguas y su definición ha cambiado mientras nosotros hemos afinado nuestro sentido de equidad.
Pero, ¿qué significa ser justo? Entendamos por justicia dar a cada quien lo que le corresponde. Montesquieu reflexionó que lo justo no es necesariamente lo establecido por la ley, pues él sabía que la complejidad de la experiencia humana no siempre cabía en la rigidez de las leyes y que los líderes que regulan nuestras normas deben adaptarse a los cambios de la humanidad y así gobernar desde una conciencia más integral.
Existe un gran número de líderes con su estilo y perspectiva propia y son aquellos que con su ejemplo de un trato justo y congruente trascienden en la memoria colectiva de sus comunidades.
En la historia encontramos líderes como Martin Luther King Jr., quien logró grandes avances en la igualdad de derechos civiles para los afroamericanos en los Estados Unidos de América; también es justo hablar de líderes como Marsha P. Johnson, quien luchó por frenar la violencia y discriminación de la comunidad LGBTIQ+. Por su parte, en México, Eufrosina Cruz fue la primera mujer indígena presidenta del Congreso del Estado de Oaxaca, quien además continúa con la labor de inspirar a muchas niñas y mujeres a cambiar la sociedad para bien.
Como vemos, cientos de personas han buscado y logrado una sociedad más equitativa, individuos admirables que han usado su fortaleza para transformar sus contextos y así poder demostrar que todos podemos hacerlo.
No obstante, debemos partir de la idea de que la tarea del líder no consiste en cambiar a los demás, sino más bien en desafiar las limitaciones de nuestro contexto e ir más allá de lo que nos enseñaron que era alcanzable para nosotros. La tarea de un líder es tener una visión de justicia tan integrada que inspire a otros a cuestionar lo que podemos alcanzar.
Así como Eufrosina Cruz que logró llegar a un puesto relevante en la política, siendo mujer indígena y abriendo la puerta de posibilidades a cientos de niñas indígenas, así nosotros podemos actuar en nuestras vidas, tomando y defendiendo nuestros derechos e inspirando a quienes nos rodean a hacerlo, y así, de alguna manera, nuestro día a día se va reconfigurando hacia un mundo más justo y libre.
Es por esto que creo que, como líderes, debemos ser árboles que florezcan y den frutos de esperanza, que cuentan con la fortaleza suficiente para enfrentar las crisis sociales, cuestionarnos y actuar; además, debemos tener la flexibilidad suficiente para adaptarnos al constante cambio de la humanidad; que la humildad, la justicia y la búsqueda del bien común fertilice nuestros campos y funcione como combustible de nuestra comunidad.
Quizás sea muy romántico proponer tal alegoría y, aun así, me atrevo a afirmar que cada individuo anhela una sociedad que integre los deseos y necesidades de todos. Lamentablemente, no es la práctica de la mayoría, aun a contracorriente debemos cultivar en nuestro interior una semilla de un trato justo y el ejemplo de un liderazgo que no se enaltece por estar en una situación de poder sino que busca estar bien enraizado en el interminable crecimiento personal, en la comunicación justa y en la continua observación de las necesidades de quienes se ven afectados por nuestras decisiones como líder y como ser humano.
Encuentro gusto y sentido en el pensamiento de que todos llevamos un jardín dentro, uno en el que puede haber semillas de todo tipo, de amor, paz, miedo, intolerancia, empatía, alegría, etcétera. Si cada individuo cultivase y cuidase de su propio jardín, fertilizando la tierra con humildad, curiosidad, flexibilidad y sembrara semillas de amor, escucha y tolerancia, estaríamos influyendo de manera positiva en una sociedad más armoniosa y justa.
Todos los líderes en el pasado han influido de acuerdo con el jardín que tienen sembrado en su interior, King, Hitler, Roosevelt, Juárez o Eufrosina Cruz. Para bien o para mal, a gran o pequeña escala, todos dejamos un legado en la sociedad. Cada uno de nosotros desde nuestra trinchera como líderes de familia, de trabajo, de comunidades educativas, todos de alguna manera influimos sobre los demás y cómo afectamos nuestro entorno dependerá solamente del jardín que cultivemos en nuestro día a día y del compromiso que tengamos con el desarrollo y florecimiento de ese espacio interno. Ojalá que en un futuro, al mirar adentro, estemos satisfechos con lo que hemos cultivado, que al mirar a un lado reconozcamos las formas positivas en que hemos influido en las vidas de los demás y que al mirar al frente, veamos líderes que nos llevan por un camino de justicia, empatía, amor, tolerancia y libertad.
La tarea del líder no consiste en cambiar a los demás, sino en alimentar nuestro ser de positivismo y empatía y entender que mientras más trabajemos en nosotros mismos nuestra misión se cumplirá; estamos aquí para sentar las bases de una sociedad más justa, quizás no podemos cambiar las desigualdades o la discriminación porque ahora son tareas universales, sin embargo, sí podemos cambiar nuestro entorno y desde la trinchera que nos tocó dirigir debemos, como líderes, moldear nuestro ser para guiar en forma justa. De alguna manera nuestro día a día va tejiendo nuestro entorno.
En conclusión, cuando entendamos que la tarea del líder no consiste en cambiar a los demás, por el contrario, en influir en los demás con un trato justo y de contagio de una actitud positiva, habremos avanzado, pero, sobre todo, entendido que la vida es un espejo y refleja nuestra actitud y nuestro jardín interior.

Sobre el autor:
Juan Antonio López Hernández nació el 27 de diciembre de 1965 en Villa de Llera, Tamaulipas. Abogado egresado de la Universidad Autónoma de Tamaulipas (UAT) en 1989. Casado, padre de tres hijos, abuelo de tres nietos y labora en BBVA desde 1992.