Escuchar, entender y acompañar: desafíos de la abogada de despacho frente al cliente corporativo

Cuando se piensa en el trabajo de una abogada corporativa (despacho o empresa), es común imaginar contratos extensos, cláusulas interminables y decisiones que parecen lejanas a la vida cotidiana. Desde fuera, suele proyectarse una imagen de autoridad y mando. Sin embargo, desde nuestra experiencia como abogadas de despacho que colaboran con equipos legales internos, o en muchas ocasiones con equipos comerciales de los clientes, la práctica nos ha enseñado algo distinto: nuestra tarea central no es imponer, sino escuchar y entender a las personas que forman parte de cada empresa. Detrás de cada operación, contrato o cualquier documento hay profesionales con responsabilidades, presiones y objetivos propios. Por eso, creemos que la relación entre un despacho y sus clientes debe ir más allá de una mera prestación de servicios para convertirse en una alianza estratégica donde la asesoría legal sea tan humana como técnica.
Esa visión se vuelve evidente al contrastar la dinámica de trabajo en una empresa con la de un despacho. En las compañías, suele predominar una lógica de agilidad y coordinación con otras áreas, que favorece la rapidez en la toma de decisiones y la capacidad de ejecución. En un despacho, la expectativa suele ser distinta, con un énfasis en la precisión y anticipación de riesgos para un negocio, lo que aporta solidez jurídica. Ambas dinámicas son válidas, pero obligan a quienes ejercemos desde los despachos a desarrollar una habilidad no se enseña en las aulas: adaptarse al contexto de cada cliente sin sacrificar la capacidad de ofrecer soluciones precisas, rigurosas y efectivas; pero sobre todo, no olvidar que nuestros clientes buscan una solución que impulse al negocio.
Esto implica ir más allá de la solicitud específica. Entender realmente a un cliente requiere conocer su operación diaria, procesos internos, dinámicas de su oficina, urgencias que enfrenta y limitaciones que lo rodean. Esa cercanía permite ofrecer una asesoría más pertinente, más ágil y, sobre todo, más útil para quien la recibe, además de otorgar un valor agregado adicional.
Aquí es donde la empatía se vuelve una ventaja estratégica y una competencia necesaria en un mundo con tantos contextos. Ejercer el derecho desde un despacho no solo se trata de dominar marcos legales, sino entender a las personas que confían en nosotras. No es lo mismo asesorar a un director jurídico de una multinacional que a un fundador de empresa familiar en una ciudad distinta a la Ciudad de México. Algunos clientes necesitan un memorándum detallado para respaldar una decisión ante su consejo; otros prefieren tres puntos claros que les permitan actuar de inmediato. Nuestra responsabilidad es leer esas diferencias, adaptarnos y ser un apoyo que les permita brillar dentro de su organización y agilizar la toma de decisiones; sobre todo ayudando a ponderar los riesgos que el negocio podría enfrentar.
Ser “enablers”, facilitadoras de que las cosas sucedan, es una habilidad que muchas abogadas, tanto de despacho como in-house, hemos perfeccionado con la experiencia y la sensibilidad que aporta nuestra perspectiva. Es, además, fundamental para cambiar una percepción común: que acudir con el equipo legal frena procesos o añade complejidad. Nuestro objetivo es lo contrario. Buscamos ser un socio que acompaña, que ayuda a concretar proyectos y que cuida los riesgos sin convertirse en un obstáculo.
Para lograrlo, consideramos que la relación con el cliente interno o externo debe construirse sobre tres pilares: empatía, claridad y comunicación abierta. La empatía nos permite comprender a la persona detrás del cargo. La claridad, ser directas y sinceras, genera confianza y facilita la toma de decisiones. Y la comunicación abierta asegura que la relación se nutra de escucha y colaboración, más que de una carrera por responder al instante.
Este último punto merece una reflexión especial. Durante años, la abogacía, sobre todo en despachos, ha estado marcada por la expectativa de disponibilidad total: siempre listas para responder. Sin embargo, esa dinámica no siempre se traduce en mejores resultados; de hecho, puede producir justo lo contario, comprometiendo la calidad del trabajo. Creemos que el futuro de nuestra profesión debe privilegiar la escucha profunda y la confianza mutua por encima de la inmediatez, para beneficio tanto de los clientes como de quienes ejercemos el derecho, y teniendo siempre en mente la importancia de anteponer calidad sobre velocidad.
Debemos reconocer que, pese a numerosos avances, ser mujer en esta industria supone un desafío adicional. La confianza no siempre se nos concede de forma automática y, en ocasiones, los errores se penalizan con mayor dureza. Frente a ello, nuestra respuesta no puede ser replicar modelos rígidos de autoridad, sino fortalecer nuestra capacidad para construir relaciones sólidas basadas en respeto, empatía y consistencia.
Pero para que esa transformación ocurra, también deben cambiar las ideas que rodean nuestro trabajo y, en la práctica, desmontar el estereotipo. La figura de la abogada, tanto de empresa como de despacho, no tiene por qué encarnar dureza o distancia. Puede, en cambio, representar una nueva forma de ejercer el derecho: una que privilegie el vínculo sobre la jerarquía garantizando un equipo, la claridad sobre la pretensión técnica, la colaboración sobre la estructura de poder. Ese es el modelo que elegimos habitar y desde el cual queremos seguir construyendo.
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