El feminismo: privilegio y exclusión

Durante mucho tiempo, tuve una visión idealizada del feminismo. Lo concebía como un movimiento unificador, donde la sororidad, la lucha por los derechos y el acceso al poder impulsaban a todas las mujeres por igual. La lectura de diversas autoras, las conversaciones con mi círculo cercano y las redes sociales reforzaban esta idea. La opresión patriarcal parecía explicar todas las experiencias sexistas que había vivido: los chistes machistas de profesores, los comentarios sexistas en mi entorno, el acoso callejero y algunas actitudes de mis familiares.
Vivía en una burbuja, rodeada de personas que compartían mis ideales. Sin embargo, algo no encajaba. Sentía una discrepancia entre mi realidad y el discurso dominante. Estudiaba en una escuela privada, con una colegiatura “accesible”. Mi mamá hacía un gran esfuerzo para costearla, mientras que mi traslado diario en transporte público me tomaba tres horas. Mis espacios de socialización eran distintos a los de muchas de mis compañeras. No ignoro mis privilegios en comparación con la realidad de muchos mexicanos, pero tampoco podía dejar de notar las diferencias dentro del propio movimiento feminista.
Al ampliar mi círculo social, conocí a mujeres con situaciones similares a la mía. Compartimos ideas, lecturas (como las de Dhalia de la Cerda y Mikaelah Drullard, entre otras) y descubrí una verdad incómoda: el feminismo no es un movimiento monolítico ni inclusivo para todas las mujeres. Aunque muchas enfrentan sexismo, no todas son oprimidas de la misma manera, y algunas incluso participan en la opresión de otras. Ser mujer no equivale automáticamente a ser oprimida.
Señalar al patriarcado como la macroestructura de la opresión deja fuera la realidad de muchas mujeres, si no es que de la mayoría. El privilegio permite que ciertas opresiones —las derivadas del género— puedan ser mitigadas o incluso compradas. Un ejemplo claro es la marcha del 8M: la posibilidad misma de asistir es un privilegio. No todas pueden participar sin poner en riesgo su sustento económico porque, para muchas, faltar un solo día al trabajo implica no tener qué comer.
Estar oprimida es carecer de opciones. ¿Por qué asumimos que todas las mujeres están oprimidas, si muchas pueden tomar decisiones y ejercer sus derechos? Si una mujer puede tomar decisiones, acceder a derechos y comprar libertades, su experiencia se llamará explotación o tal vez sexismo, pero no opresión.
Las feministas que han dominado el discurso suelen afirmar que el género es la primera forma de violencia. Sin embargo, esta perspectiva parte únicamente de su propia experiencia, definiendo desde ahí qué significa ser mujer, qué constituye opresión y qué es la feminidad. Como señala Dalhia de la Cerda: “No puedes pertenecer a un grupo históricamente privilegiado y decir que eres oprimida. Hay que tener tantita madre(1).”
La agenda del feminismo ha sido hegemónica. Se ha enfocado en derechos que son un privilegio para la mayoría, como el acceso a la educación universitaria, y han dejado de lado luchas de lado, porque les son totalmente ajenas, como la esterilización forzada a las mujeres indígenas.
Hay que escuchar las voces disidentes, las voces en situación de pobreza, las voces indígenas, las voces negras. Hay que cuestionar las acciones que se toman, cuestionar quién limpia las paredes después de nuestras marchas, por qué nos molesta que las mujeres tomen decisiones distintas a las que el feminismo considera correctas.
La opresión no se limita al género. Afecta con mayor intensidad a las personas en situación de pobreza, que pertenecen a una comunidad indígena o afrodescendiente. Si el feminismo aspira a ser verdaderamente inclusivo, debe reconocer y abordar estas complejidades, algo que, desde mi experiencia, no ha logrado.
*El contenido de este artículo es publicado bajo la responsabilidad de su autora y no necesariamente refleja la posición de Abogadas MX.
Referencias:
(1) De la Cerda, Dahlia. Feminismo Sin Cuarto Propio. Tsunami 2 (1.ª ed.). Universidad Autónoma Metropolitana.