¿Y Dónde Quedó la Justicia?

Cuando decidí estudiar derecho me embargaba un sentido de justicia que pocos guionistas de películas americanas con héroes juristas podían imaginar. Recuerdo que en mi preparatoria se hacían ejercicios imitando los juicios orales del sistema anglosajón; yo seguido obtenía el papel de abogado defensor.
Aún sin la preparación técnica, pues no éramos más que adolescentes decidiendo su futuro, yo preparaba mi caso, analizaba las pruebas, me aprendía los hechos y predecía un sin fin posibilidades históricas que me permitieran construir un caso sólido, porque no iba a permitir que a mi cliente se le acusara injustamente.
Conforme fui estudiando la carrera y comencé mi vida laboral, mucho de ese sentido justiciero comenzó a apagarse, como a protegerse de las desilusiones que la realidad le pinta a esa dama de ojos vendados y balanza en mano. Sentencias sin sentido, tergiversación de los hechos, acuerdos turbios, imposiciones, pero también falta de transparencia, sobreexigencia en el trabajo, desigualdad, machismo, entre otras ofensas al decálogo que alguna vez juramos.
No es mi intención simplemente denunciar las inconsistencias de nuestro sistema jurídico (y social), ni de la propia forma en la que ejercemos nuestra profesión, pero sí me inquieta lo fácil que se nos ha hecho normalizar la realidad.
Entiendo que quizá nos suena muy lejano o ajeno a nosotros enterarnos que se sobornó a un juez, que se acordaron los votos en el Congreso, que miles de delitos quedan impunes o, incluso, que se despidió a alguien injustamente. Sin embargo, para nadie es nuevo que grandes proyectos comienzan por pequeñas acciones, pues bien, las grandes injusticias, también comienzan con pequeños “descuidos”.
¿A cuántos de nosotros nos pidieron trabajar hasta la madrugada, volver en la noche de la escuela, perdernos eventos personales por no tener hora de salida, quedarnos en la oficina hasta que se fuera el o la jefa y/o trabajar los fines de semana? Por cierto, ¿cuántas de esas horas extra nos pagaron? O, ¿cuántas veces fuiste testigo de algún favoritismo o alguna desigualdad, o evitaste poner límites por temor a poner en riesgo tu estabilidad laboral o tu crecimiento profesional?
No me sorprendería que algo te haya resonado, pero espera, se pone mejor: ¿cuántas veces has pedido o sido parte de algo de lo anterior, con tus pasantes y abogados, con tus iguales, o con tus prestadores de servicios? Incluso algo más sutil, ¿cuántas veces dejaste de comer, de dormir, de tomar tus vacaciones o de estar con tu pareja o tus hijos para cumplir con tu trabajo? Sí, seguramente todo esto te suena bastante normal, lo de cada día, pero ojo, que sea normal no significa que sea justo.
No pretendo enjuiciar a nadie, me parece que corresponde a cada quien ser juez de sí mismo. Lo que sí me gustaría es que recordáramos que como toda buena sociedad, funcionamos en conjunto, en cadena; somos un sistema. De forma que mi sobreexigencia no sólo me vuelve injusta conmigo misma, con mis necesidades, sino que compromete y estresa a los que trabajan para mí y conmigo, y también les enseña a trabajar de la misma manera. Así, se perpetúan los mismos patrones, y se impide que el sistema cambie.
A mi entender, la justicia no está en una utopía lejana, está en nuestras acciones y decisiones de cada día. Está en la forma en que nos tratamos a nosotros mismos y tratamos a los demás. Si queremos vivir en un sistema más justo, hay que transformarlo desde los cimientos que lo sostienen actualmente. En otras palabras, quien tiene que cambiar soy yo.
Y yo, ¿cómo cambio? Esta me parece una bonita pregunta para comenzar a reflexionar individualmente. Aunque soy de la idea de que en el fondo, cada quien ya lo sabe. A mi maestro de psicología le encanta hablar de Sócrates, quien basó su filosofía en la mayéutica, un proceso de cuestionamiento en el que se interactúa con la otra persona a fin de que ésta dé con la verdad que ya conoce. Por cierto, Sócrates fue condenado a muerte por el grupo en el poder, por incitar a los jóvenes a cuestionarse las cosas, por incitarlos a pensar.
Quizá esa reconsideración de lo ya establecido, a través del diálogo con otros y la búsqueda en nosotros mismos, sea un buen inicio para incitar al cambio, para recuperar nuestro sentido interno de justicia y crear un sistema más equitativo. Después de todo, hoy somos libres de replantearnos por qué hacemos lo que hacemos y qué podemos hacer diferente para obtener mejores resultados. Lo que hemos hecho hasta ahora no es necesariamente malo, pero mientras haya descontentos, me parece que hay oportunidad para el cambio, y ese cambio empieza nada más y nada menos, que en ti y en mi.
*El contenido de este artículo es publicado bajo la responsabilidad de su autora y no necesariamente refleja la posición de Abogadas MX.