Mentores: el poder transformador del acompañamiento en la abogacía

Ninguna mujer llega sola. Detrás de cada paso que damos hacia adelante hay una red —a veces visible, a veces silenciosa— de personas que nos han tendido la mano, compartido su experiencia o simplemente creído en nuestro potencial cuando ni siquiera nosotras estábamos seguras de tenerlo. En el mundo del derecho, donde la excelencia se da por sentada y la presión es constante, esta red se vuelve no solo valiosa, sino vital.
Ser abogada implica habitar un entorno estructurado bajo lógicas tradicionales, muchas de ellas excluyentes. Las reglas del juego suelen estar hechas para quienes pueden permanecer disponibles todo el tiempo, sin interrupciones, sin titubeos, sin dobleces. En ese escenario, las mujeres hemos tenido que abrirnos paso cargando con expectativas contradictorias: ser firmes, pero no demasiado duras, cercanas, pero no emocionales, brillantes, pero sin incomodar. Se nos exige avanzar como si no hubiera obstáculos, mientras sorteamos barreras que no siempre son tangibles, pero sí profundamente reales.
Estas barreras —mentales, estructurales, culturales— no se rompen solas. Se agrietan cuando vemos a otras mujeres ocupar espacios que creíamos inaccesibles. Se debilitan cuando una jefa nos dice “yo también dudé, pero seguí adelante”. Se desmoronan cuando alguien nos toma en serio, nos escucha y nos guía. En ese gesto de acompañamiento intencional, de transmisión de conocimiento desde el respeto y no desde la jerarquía, reside la fuerza transformadora del mentoring.
Comprendemos entonces que el techo de cristal no es solo una metáfora de la desigualdad, sino un desafío cotidiano que enfrentamos con inteligencia, creatividad y alianzas. Y en ese camino, el mentoring se convierte en una de nuestras herramientas más poderosas: no como una fórmula mágica, sino como un acto de generosidad radical y empatía real que nos permite construir comunidad, fortalecer trayectorias y abrir puertas que no deberían volver a cerrarse.
El acompañamiento en el ejercicio del derecho no es un lujo: es una necesidad profesional, personal y ética. En muchos casos, el conocimiento técnico se transmite a través de la práctica, y el mentor o la mentora se convierte en un canal por el cual se heredan no solo herramientas, sino también formas de pensar, de resolver y de mirar el mundo. Por eso, un mal jefe o una mala mentora no solo pueden frustrar carreras, sino también destruir sueños.
Como señaló Georges Gusdorf en su ensayo ¿Para qué los profesores?, nadie ha aprendido jamás nada por completo en soledad. Incluso el más aislado se beneficia de los descubrimientos de quienes le precedieron. El rol del maestro —y, por analogía, del mentor o la mentora— no debe ser el de dominador, sino el de guía. La mejor mentora no impone una visión única, sino que despierta en la otra persona el deseo de explorar sus propias respuestas, de hacerse preguntas, de crecer.
No hay que subestimar la capacidad del ser humano para aprender, reconstruirse y también deconstruirse. Más allá de lo técnico, muchas abogadas han llegado hasta donde están gracias a quienes se tomaron el tiempo de despertar en ellas una conciencia crítica, una confianza auténtica y un sentido ético del ejercicio profesional.
Quienes hoy tienen la oportunidad de acompañar a otras personas desde el mentoring deben tener presente que están contribuyendo no solo a formar a las futuras socias, directoras jurídicas, abogadas independientes o líderes de equipos, sino también a la construcción de entornos laborales donde se escuchen las dudas, se compartan los errores y se valore lo humano tanto como lo jurídico. Espacios que, al estar cimentados en la confianza, se vuelven naturalmente más productivos, pues permiten aprender y crecer en un entorno seguro de colaboración.
El mentoring no es un acto de vanidad. Es un acto de generosidad, de humildad y de responsabilidad. Se basa en la premisa de que el conocimiento debe de compartirse, cultivando el diálogo, desde la empatía, la escucha activa y el respeto por el proceso del otro. Así, construimos espacios en donde otras mujeres se atreven a ejercer la abogacía desde todos sus matices: como líderes, estrategas, sensibles, firmes, complejas y profundamente humanas.
*El contenido de este artículo es publicado bajo la responsabilidad de sus autoras y no necesariamente refleja la posición de Abogadas MX.
Referencias:
Cohen, Marcelo. (2019). Gusdorf, G. (2019). ¿Para qué profesores? Por una pedagogía de la pedagogía. Buenos Aires: Miño & Dávila Editores. Teoría de la Educación. Revista Interuniversitaria. 31. 177-179. 10.14201/teri.20227.